VIH y disidencias sexuales: un mito que persiste

Instituto de Higiene

Si bien el conocimiento médico y científico sobre la prevención y el tratamiento del VIH es mayor que cuando la pandemia llegó a Uruguay en 1983, algunos estigmas sobre el tema siguen persistiendo sobre las disidencias sexuales

La llegada del VIH en 1983 intensificó y profundizó la realidad de marginación de las disidencias sexuales en Uruguay al amplificar los prejuicios y la exclusión social preexistentes, especialmente al asociarse de manera directa con las identidades homosexuales y trans.

El virus afectó -y afecta aún- de manera desproporcionada a la población LGBTIQ+, profundizando prácticas discriminatorias ya arraigadas: según datos de 2020, la prevalencia del VIH en Uruguay es aproximadamente del 1% en la población general. Sin embargo, entre los hombres que tienen sexo con hombres, esta cifra asciende al 10%. (UNFPA, 2020). En cuanto a las mujeres trans, un estudio de 2013 indicó una prevalencia del 20% a nivel nacional y del 26% en Montevideo, llegando hasta el 37% entre las trabajadoras sexuales trans en 2014.

La asociación del VIH-Sida con la homosexualidad y las identidades trans alimentó narrativas estigmatizantes que las presentaban históricamente como peligrosas o “amorales”, agravando su exclusión social y cultural. Esa “peste rosa” sirvió de excusa para que, una vez más, el Estado hiciera objeto de persecución policial a la de la población travesti que ejercía el trabajo sexual: hacia 1988 se denunciaba la realización de razzias semanales cuya justificación era detectar y prevenir la existencia y transmisión VIH y enfermedades venéreas.

La históricamente tensa relación entre poder médico y disidencias sexuales fue en muchos sentidos el centro del problema del VIH en dicha población. El estigma tuvo un impacto directo en el acceso a los servicios de salud, que se caracterizaron por la indiferencia, la violencia simbólica y/o la falta de respuesta. La realidad de las disidencias empeoraba no solo por la patología sino también y en especial por el lugar dado a su sufrimiento por quienes debían velar por su bienestar.

El VIH no solo expuso las desigualdades existentes, sino que también las profundizó. La discriminación dificultó el acceso a diagnósticos tempranos y tratamientos adecuados, perpetuando la idea errónea de que las disidencias sexuales eran responsables de su situación.

Es central el papel jugado por las organizaciones sociales frente a la desidia estatal. En esos primeros años desde que el VIH llegó a Uruguay, surgieron agrupaciones de alcance disímil, algunas de las cuales se sostienen hasta hoy en día. Estas personas han trabajado incansablemente para visibilizar estas problemáticas, educar a los responsables y exigir respuestas concretas, y han sido clave para generar conciencia, promover la inclusión y garantizar el acceso equitativo a los derechos y servicios de salud para las personas LGBTIQ+, con tratamientos gratis y actualizados.

Montevideo, que cada setiembre se celebra como diversa, ha sido históricamente escenario de exclusión para quienes han vivido al margen de las normas sexogenéricas establecidas. Sin embargo, muchos de los estigmas que asocian el VIH con las disidencias sexuales se mantienen en la sociedad. Conocer la historia nos permitirá evitar seguir reproduciendo sus prejuicios.