Desde 1993, año en que se realizó la primera Marcha por el Orgullo Homosexual, la magnitud de la convocatoria crecía y el apoyo de diversos sectores ajenos al movimiento comenzaba, cada vez más, a hacerse sentir. La apertura de la sociedad y de la política por la que habían luchado se extendía cada vez más, y las primeras conquistas demandaban una ampliación de los reclamos.
En ese marco, las agrupaciones que organizaban la marcha se encontraron con una disyuntiva al fijar la estrategia de convocatoria de cara al futuro. Primero, el frío de junio hacía difícil la masividad de la convocatoria. Además, comenzaba a tomar cada vez más fuerza la postura de incluir en los reclamos una serie de asuntos que trascendían la discriminación por orientación sexual e identidad de género.
Pasaron entonces a integrarse, con una perspectiva interseccional, reivindicaciones que tenían en cuenta las barreras que imponen la clase social, la etnia-raza y el género, y cómo estas se entrecruzaban con las limitaciones de la discriminación que vivían las disidencias.
Por otra parte, la fecha de Stonewall tampoco sentaba bien a la interna, por ser un hecho extranjero, y se buscó “uruguayizar” la conmemoración y vincularla con la existencia de un activismo local ya histórico. No se trataba de borrar la fecha significativa del 28 de junio, sino localizar la lucha y construir con memoria.
La elección del mes de setiembre se basó en el interés de conmemorar una serie de coincidencias: el nacimiento del poeta queer Juan José Quintans (1947-2000), y la fundación de varias organizaciones, históricas y vigentes, entre las cuales se destacaba Escorpio ( Ver Escorpio ) por haber sido la primera.
Si bien ese primer año la marcha se llevó a cabo el sábado 1º de octubre, fecha de nacimiento de Quintans, se resolvió para las próximas ediciones realizarla siempre el último viernes de setiembre, ya que hacerla un día de semana daba mayor visibilidad e impacto mediático. Este acuerdo se respeta hasta la actualidad.
Lo que podría haber sido un cambio anecdótico fue también oportunidad para la reflexión sobre el nombre y las formas de organización de la marcha. Si bien la noción de “diversidad sexual” había aparecido en el vocabulario del movimiento ya hacia el cambio de siglo, es a partir de 2005 que la idea de “Diversidad”, como perspectiva interseccional, se vuelve el concepto central que es hoy en día.
Esta mirada no negó ni el orgullo ni las particularidades de cada identidad, sino que buscó trascenderlas para armar un frente común de lucha política que intentó articular una serie de reclamos vinculados a las libertades y a la autonomía del cuerpo. Esto es notorio en el cambio que se produjo en la conformación de la Coordinadora de la Marcha, en la que empiezan a participar no solo el movimiento de Diversidad Sexual, sino también el movimiento feminista, sindical, afrodescendiente, estudiantil y canábico, entre otros.
Ese cambio, desde el Orgullo a la Diversidad, significó para el movimiento la fijación de un nuevo horizonte de lucha: si en los años anteriores había sido necesario marchar por la visibilización y contra el estigma, la Diversidad no solo tomó la posta de esas reivindicaciones sino que se planteó también como un modelo de convivencia transformador.
A diferencia de otras versiones globales de la “diversidad”, el caso uruguayo es único por haber construido en torno a esa idea un conjunto de reclamos sociales profundos que buscaban no meramente celebrar las diferencias, sino desnaturalizar y combatir la desigualdad en todas sus formas. En el marco de la Marcha por la Diversidad se logró construir una verdadera alianza de movimientos que intentan cambiar aspectos injustos de una sociedad que, en 2005, comenzaba a proyectarse en el nuevo milenio.