Las disidencias sexuales en Montevideo no fueron solo marginadas y discriminadas socialmente, sino que el Estado se encargó de su persecución, tanto a través de la Policía, como por medio del poder médico. En particular, la represión médica se centró en los hospitales psiquiátricos.
Desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la homosexualidad comenzó a ser vista no solo como un pecado o un delito, sino también como una manifestación psicopatológica. Los médicos de la época, influenciados por teorías europeas, consideraban cualquier conducta sexual sin fines reproductivos como un "exceso de la sexualidad" que debía ser perseguido. La homosexualidad, la masturbación y la prostitución fueron algunas de las prácticas que se convirtieron en el foco de atención y represión estatal.
La “sodomía” se hallaba criminalizada en el territorio desde las leyes de Indias, y continuó siendo un delito hasta 1934, año en que se retira la sodomía “sin consentimiento” de la redacción del Código Penal. Sin embargo, ese cambio legal no significó el fin de la persecución de las disidencias sexuales, sino que se dio un cambio de foco, centrándose más en la patologización.
En este contexto, los hospitales psiquiátricos (públicos y privados) tomarían el rol principal de normalización de la población disidente, utilizando a lo largo del tiempo distintos “tratamientos”: desde acercamientos como el psicoanálisis hasta aberraciones con nulo sustento disciplinar como terapias de conversión basadas en electro-shock.
La persecución no se limitó a la homosexualidad masculina. En particular, las prácticas sexuales entre mujeres y la masturbación femenina fueron vistas como síntomas de patologías que debían ser controladas y corregidas. De hecho, las mujeres lesbianas fueron uno de los grupos más afectados por la patologización, mientras que la represión sufrida por hombres y travestis fue fruto antes que nada de la violencia policial ( Ver Jefatura de Policía - Cárcel Central ) , con menos casos de internación en hospitales psiquiátricos.
Ya hacia fines de los 80, la aparición de las primeras organizaciones de la diversidad sexual inició un largo camino de reconocimiento de estas identidades dentro del sistema de salud. Además, en esos años, algunos sexólogos jugaron un papel crucial en desafiar las concepciones tradicionales y en promover una práctica médica más inclusiva y comprensiva de la disidencia sexual.
La lucha por los derechos y la aceptación de las disidencias sexuales ha sido larga y continua, enfrentando múltiples resistencias en la institución médica. Un último capítulo estuvo centrado en el reconocimiento de las corporalidades trans y sus demandas específicas a nivel sanitario. ( Ver Derechos conquistados )
Esta relación muestra una historia de persecución y represión, pero también de resistencia. Desde la patologización y criminalización iniciales, la represión durante la dictadura, hasta los esfuerzos de reivindicativos en las últimas décadas, se pueden ver las tensiones y luchas en torno a la sexualidad y la identidad que persisten en la sociedad.